adiós al amor
El otro día tomando café con una chica veía tu cara en la de ella; os parecéis y no podía aguantarle la mirada durante mucho tiempo. No podía ver tus gestos en la cara de otra persona.
¿Qué hago con todo esto?
Dillom dice que “para no ser yo el culpable busco culpables”, y durante mucho tiempo nos estuvimos escudando bajo el lema de que solo hay una culpable, pero me he dado cuenta de que no me gusta pensar en lo que terminó desde el “mea culpa” ni desde el dedo acusador, porque como dice Carolina Durante “¿qué nos ha pasado si no ha pasado nada?”. Y no puedo parar de pensar en que si nos volviéramos a sentar -otra vez- a hablar no tendríamos nada qué decirnos porque no hay nada. No queda nada. ¿Y qué hago con la nada?
¿Qué se supone qué debo hacer cuándo termina una amistad? ¿Dónde está el final? ¿Por qué lo dejamos sin más? ¿Qué hago con todo el dolor que siento tras perder a una amiga? ¿Me debo quedar callada? ¿No debo hablar del tema? ¿No puedo pensar en ello? ¿Tengo derecho a estar triste? ¿Puedo echarte de menos? ¿Puedo odiarte? ¿Puedo seguir siendo buena amiga con mis demás amigas?
Cuando decidí que no quería ser más tu amiga (ha sido una decisión que me ha tomado tiempo, pero al final he llegado a la conclusión de que es lo mejor), me di cuenta de que todo había quedado en pausa hasta el momento en que dije en voz alta “ya no somos amigas”. Dije en voz alta que ya no somos amigas y me sentí pérdida - de nuevo - porque me encontré sola con el dolor de una ruptura que no sé dónde ubicar. ¿Por qué nadie habla de las rupturas de corazones que supone terminar con una amiga? ¿Por qué nadie habla de lo expuesta que te quedas cuando terminas con una amiga? ¿Por qué nadie habla de si hay algo más después de terminar con una amiga?
Vuelvo a repetirme, ¿qué hago con todo esto? Porque la nada es ese espacio incómodo que queda después de decir "ya no somos amigas". Es el silencio en el chat, el vacío en los planes que ya no se hacen, la ausencia de tu risa en las anécdotas. Duele porque no es un olvido, sino una presencia que se ha vuelto invisible. Siento que la nada pesa más que el conflicto, porque al menos el conflicto es algo: gritos, lágrimas, palabras afiladas. Pero esto… esto es solo aire frío, preguntas sin respuesta, recuerdos que ya no tienen dueño, y todo un presente en el que tú no habitas a mi lado. Y ese presente en el que tú ya no estás es agridulce porque sigues estando, porque las canciones siguen sonando, porque siguen hablando de nosotras, porque siguen pasando cosas que quiero contarte; porque hace unos meses se me atrasó la regla y recordé la noche - hace años - que me quedé a dormir en tu casa y rezamos para que me bajara la regla.
- Tía, es que imagínate que no me baja, qué miedo ¿no?
- Tú no te preocupes. Vamos a rezar y verás cómo mañana te baja.
- Yo no sé rezar, que he ido a colegio público.
- Yo te enseño -. Juntas las dos manos en posición de rezar, te giras hacia arriba en la cama y cierras los ojos, diciéndome que haga yo lo mismo-. Hola Dios, si estás ahí haznos caso y haz que a mi amiga le baje la regla, que somos muy jóvenes para tener un bebé. Amén.
Nunca te conté que mientras tú cerraste los ojos yo te miraba a ti. Nunca te dije que echaba de menos quedarme a dormir en tu casa, y que ahora no sé cuándo fue la última vez que dormimos juntas, y que ahora me aterra saber que como ya no somos amigas no volveremos a rezar la una por la otra ni a dormir codo con codo.
Sigo pensando en qué hacer con todo esto, porque ya no queda nada, ¿y dónde se pone la nada? No sé dónde se guarda la nada, pero sé que no quiero tirarla, y a veces me pasa en las manos, y cada vez que nos encontramos no nos miramos, porque ahora somos dos extrañas conocidas; que ahora no nos miramos a pesar de querernos más que a dos extrañas. No te miro, soy consciente, porque no tengo nada en mi que pueda ofrecerte, y sé que, aunque me duela, en ti tampoco queda nada que puedas ofrecerme. Es doloroso reconocer que a veces el amor no se acaba, sino que se transforma en algo distinto, algo que ya no cabe entre nosotras. Quizás no hubo un gran error, ni un culpable, ni una traición definitiva… solo el lento desgaste de dos personas que dejaron de encontrarse en el mismo camino. Puedo pensar que de querernos tanto nos hemos quedado vacías y ahora no sabemos qué hacer, que supongo que es mejor pensar eso que en que nos hemos querido mal ¿no?.
Tal vez esta nada, este vacío, sea también una forma de duelo. Una que no tiene rituales, ni despedidas formales, ni abrazos finales - porque ni tú ni yo sabíamos que ese abrazo en Junio fue el último -. Solo hay una ausencia que se estira, una herida muda que nadie reconoce. Porque cuando se termina una amistad no hay una canción de ruptura, ni un consejo de madre, ni un “ya encontrarás otra”, porque tras años de vida contigo no voy a encontrar otra, y eso es una realidad. Al igual que solo queda esta especie de silencio raro que se instala entre quienes antes lo compartían todo, al igual que solo queda esta historia que nadie más va a contar. ¿Qué hago? ¿Se archiva? ¿Se entierra? ¿Se escribe para que no se pierda? ¿Se guarda en una caja mental junto a los “por si acaso” y los “quizás un día”? ¿O se deja simplemente ahí, desordenada y abierta, como un cajón que ya no quieres cerrar del todo porque aún huele a lo que fuiste?
Te he llorado en días en los que nadie lo ha notado. Te he echado de menos en momentos en los que reí con otras personas, y me he sentido culpable por disfrutar sin ti. Me he preguntado si tú también me recuerdas, si te duele igual, si también sientes la punzada cuando te cruzas con alguien que te pregunta por mí. Si te entristece decir “ya no somos amigas”… porque a mí, aunque haya sido una decisión propia y dolorosa, todavía me cuesta pronunciarlo sin que se me quiebre un poco la voz. Entonces me doy cuenta de que nunca supe prepararme para vivir sin ti. Es como si la vida hubiera seguido su curso, pero mi corazón sigue atascado en un lugar donde tú todavía existes, aunque sea en sombras. Y es que no sé qué hacer con todo este cariño que sigue flotando en el aire, como si aún tuviera un destinatario claro, aunque ya no estés ahí para recibirlo.
Hace un tiempo escribí esto en mi diario:
19/11/24
Hoy he soñado que me moría, y ha sido un sueño triste. Luego he soñado contigo; y creo que ha sido un sueño aún más triste, porque morir sé que voy a morir, pero que tú vuelvas no lo sé.
El otro día escribí esto:
02/04/25
Hoy he dicho que no quiero volver a ser tu amiga y nada ha cambiado porque nada va a cambiar ya; porque te he querido mucho pero ya no.
Ya no a la persona de ahora; ya no en lo que nos hemos convertido.
Porque ya no queda nada. Ni pena, ni espera.
No tengo claro la línea que debe seguir el duelo por terminar con una amiga; no tengo claro cuándo puedo echarte de menos y cuándo no, por lo que vuelvo a pensar en ese presente que no habitas, y creo que no sé nada (porque de dejar se ser tu amiga no sé nada). Supongo que sigo poniendo el mantel sobre la mesa, repartiendo todas las sillas que encuentro por la casa, asegurándome de que haya sitio suficiente para todas. Sigo contando los cubiertos, porque siempre falta uno…, aunque ahora, sin ti, los cubiertos son justos. Es extraño cómo la mesa ha cambiado sin habernos movido realmente de lugar; todo sigue igual y, al mismo tiempo, todo es distinto. Pero la mesa va a seguir siempre preparada por si algún día quieres tomarte un café, aunque ninguna tomamos café (a lo mejor tú ahora sí, ya no lo sé).
No sé si tengo derecho a seguir llorando a aquello que fue pero ya no es. No sé si tengo derecho a seguir llorando a aquella que fue mi amiga pero ya no lo es.